Un submarino alemán, el ‘U-156’, tras torpedear y hundir el buque británico ‘Laconia’, emergió y ayudó a rescatar a los náufragos que quedaban vivos. Pero la aviación estadounidense bombardeó las embarcaciones de rescate. Después de este incidente la flota submarina alemana dejó de socorrer a los náufragos, lo cual hasta ese momento se consideraba imprescindible de acuerdo a las reglas de la guerra. La guerra naval se convirtió definitivamente en una guerra de exterminio.
“No atacaré si no soy atacado”
“No atacaré si no soy atacado”
El capitán del U-156, Werner Hartenstein, tras atacar el 12 de septiembre de 1942 en el Atlántico sur un buque enemigo, podía tranquilamente abandonar el lugar del ataque. Pero no lo hizo, sino que intentó salvar a los que se encontraban en el 'Laconia', que se hundió rápidamente. Más que por misericordia lo hizo por razones prácticas: entre las casi 3.000 personas que se encontraban en el buque hundido había casi 2.000 prisioneros de guerra italianos, aliados de la Alemania nazi.
Al ver que no lograba por sí solo salvar a tanta gente, el 13 de septiembre Hartenstein hizo radiar un mensaje en el que pedía ayuda para socorrer al Laconia y transmitía las coordenadas del buque. En particular, el mensaje decía: "No atacaré a ninguno de los navíos que acudan en socorro de los náufragos del Laconia, a condición de que yo mismo no sea atacado por buques ni aviones”.
Tres submarinos del mismo bando – dos italianos y un alemán – acudieron al llamamiento. Repletos de náufragos y además remolcando cuatro o cinco embarcaciones de salvamento cada uno, cuatro sumergibles se dirigieron hacia las costas de África.
El 16 de septiembre aparecieron unos bombarderos pesados estadounidenses B-24 Liberator. Los alemanes en seguida izaron una gran bandera de la Cruz Roja, lo cual no impidió que los pilotos procedieran a atacar las fuerzas enemigas.
Los submarinos, habiendo recibido daños importantes, tuvieron que suspender la misión de salvamiento, mientras dos barcos de guerra enviados por la Francia de Vichy transportaban a los náufragos hasta tierra firme. La mayor parte de la tripulación y los pasajeros del Laconia murieron.
Al día siguiente, 17 de septiembre, el almirante Karl Dönitz, jefe supremo de la armada del III Reiche, firmó una orden que prohibía poner en marcha operaciones de salvamento. Su punto número 4 decía: “Sed fuertes. Recordad que el enemigo no se apiada ni de mujeres ni de niños cuando bombardea ciudades alemanas”. Las últimas reglas quedaron anuladas en la cruenta guerra naval.
La época despiadada
La época despiadada
La flota submarina se dio a conocer con el inicio de la Primera Guerra Mundial. Los primeros en apreciar el potencial del nuevo armamento naval fueron los alemanes. Al desafiar a Gran Bretaña se tuvieron que enfrentar a su Armada, la mejor del mundo en aquel momento. Fue entonces cuando los submarinos resultaron muy útiles y no tardaron en convertirse en una fuerza de ataque de Alemania en los mares y océanos.
El 22 de septiembre de 1914 el submarino alemán U9, bajo el mando de Otto Weddigen, hundió en pocos minutos tres cruceros acorazados británicos: el Aboukir, el Hogue y el Cressy; con casi 1.500 víctimas entre marineros y oficiales.
Tras recibir el 18 de septiembre de 1915 la orden de atacar y de liquidar también los buques mercantes del enemigo, los submarinos alemanes iniciaron una guerra despiadada hundiendo no solo los barcos de guerra sino también los de carga, especialmente los de mercancías estratégicas.
Anteriormente las leyes internacionales prohibían atacar los barcos civiles sin previo aviso. Se prescribía disparar al aire y luego proceder a inspeccionar la carga. Se permitía liquidar el buque solo después de desalojar a todos los tripulantes y asegurarse que nada amenazaba sus vidas. Ahora estas leyes quedaban suspendidas.
Una de las tragedias más impactantes fue el hundimiento del barco británico Lusitania, torpedeado por un sumergible alemán U-20 el 7 de mayo de 1915 frente a las costas de Irlanda, que se produjo en 18 minutos. El número de víctimas del incidente ascendió a 1.198 personas, entre ellas unos 100 niños. En aquel momento fue el segundo hundimiento más desastroso de la historia después del de Titanic (1.503 muertes).
Los alemanes alegaron, a modo de justificación, que el hundimiento tan impetuoso del crucero había sido provocado por un cargamento de guerra no declarado, cosa que los británicos negaron rotundamente, responsabilizando de lo sucedido al alto mando alemán, que había permitido atacar los barcos civiles.
La ley del lobo
La ley del lobo
La Segunda Guerra Mundial multiplicó el número de víctimas de ambos bandos en la guerra naval. Alemania, que entró en guerra casi sin flota de superficie, apostó por los sumergibles en la guerra naval introduciendo la táctica de la ‘manada de lobos’. Al localizar un objetivo varios submarinos atacaban casi simultáneamente a los buques enemigos distrayendo al contrincante.
Utilizando esta treta los ‘lobos’ alemanes hundieron varios portaaviones británicos (entre ellos el Royal Oak) con un saldo de más de 1.500 personas fallecidas. Sin embargo, el principal golpe fue asestado a los barcos civiles que transportaban para los aliados cargamentos militares y petróleo. Por ejemplo, el capitán alemán más destacado de la Segunda Guerra Mundial, Otto Kretschmer, hundió 44 buques, de los cuales solo cuatro eran de guerra.
Las ventajas de esta estrategia eran evidentes: un torpedo podría hundir decenas de tanques enemigos o centenares de toneladas de petróleo que esperaban en el otro bando. Por lo tanto, todos los buques que se atrevían a hacerse a la mar se exponían a un alto riesgo.
En verano de 1942 el Convoy PQ 17, uno de los grandes enviados por los Aliados bajo el mando británico como ayuda a la Unión Soviética, fue atacado por submarinos y aviones alemanes. Como resultado se perdieron 23 mercantes y con ellos 430 tanques, 210 aviones y 3.350 vehículos de diverso tipo. Esto suma casi 100.000 toneladas de cargamento.
Otro blanco predilecto de los nazis fue los barcos de pasajeros adaptados durante la guerra para transportar las tropas. El 24 de diciembre el sumergible alemán U-486, al mando de Gerhard Meyer, hundió el barco de pasajeros 'Leopolville', que transportaba efectivos estadounidenses, llegando a 761 el número de víctimas del hundimiento.
La respuesta no se hace esperar
Otro blanco predilecto de los nazis fue los barcos de pasajeros adaptados durante la guerra para transportar las tropas. El 24 de diciembre el sumergible alemán U-486, al mando de Gerhard Meyer, hundió el barco de pasajeros 'Leopolville', que transportaba efectivos estadounidenses, llegando a 761 el número de víctimas del hundimiento.
La respuesta no se hace esperar
Los aliados respondieron con la misma moneda al enemigo. El 18 de marzo de 1944 el sumergible británico ‘Tradewind’ hundió el carguero japonés ‘Zyunyo Maru’, usado por la Armada Imperial Japonesa como barco prisión. El número total de víctimas ascendió a unas 5.600 personas, la mayor parte de las cuales eran prisioneros de guerra europeos y trabajadores movilizados forzosamente en los territorios ocupados por Japón.
El 18 de septiembre de 1944 el submarino estadounidense ‘Sturgeon’ torpedeó otro barco prisión japonés, el ‘Toyama Maru’. El ataque se saldó con 5.600 muertes, mayoritariamente entre los prisioneros y los trabajadores que se transportaban en la bodega, como si fuesen ganado. Mientras, los tripulantes japoneses solían lograr escaparse en los botes de salvamento.
Pero los ataques con mayor número de víctimas en el siglo XX fueron llevados a cabo por los marineros soviéticos, que hacia el final de la guerra dominaban el Báltico. El 30 de enero de 1945 el submarino S-13, al mando de Alexandr Marinesko, hundió al buque hospital Wilhelm Gustloff, ocasionado más de 5.000 víctimas entre personal médico, soldados heridos y civiles, aunque algunos historiadores afirman que las bajas reales podían haber sido mayores.
Casi 7.000 personas murieron el 16 de abril de 1945 cuando el sumergible soviético L-3, comandado por Vladimir Konoválov, atacó el carguero alemán ‘Goya’. Cabe señalar que tanto Marinesco como Konoválov recibieron por los hundimientos mencionados el título de Héroe de la Unión Soviética, el más alto título honorario y el grado de distinción superior de la URSS.
En cuando al almirante Dönitz, fue condenado a 10 años de prisión por los Juicios de Núremberg, acusado entre otros de haber emitido la orden que prohibía el salvamento de los náufragos.
Con todo, cabe reconocer que el resultado de las dos guerras mundiales se determinaba en tierra y no en el mar, donde muchas víctimas resultaron inútiles. -Fuente:
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