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-Argentina-Febrero/23/2013-
-Hay momentos de la historia que, por su trascendencia y simbolismo,
casi no dejan a la razón ni a la conciencia libertad para interpretar.
Uno de ellos fue la batalla de Stalingrado durante la Segunda Guerra
Mundial.
Alexander Chubarián, director del Instituto de Historia de la
Academia de Ciencias de Rusia y creador de un manual histórico
ruso-alemán, explica que las versiones de las partes sobre el gran
choque a orillas del Volga difieren mucho. Pero peor sería si sus
enfoques hubieran coincidido por completo.
Para Alemania la derrota en la ciudad rusa supuso una tragedia
nacional. Si el luto de tres días decretado por Hitler tras anunciar el
fin de la batalla se hubiera mantenido para convertirse en un homenaje
anual a los caídos, hubiese sido el antídoto por excelencia contra el
nazismo. Y no sólo en Alemania.
Lo cierto es que los alemanes y los rusos nunca serán lo
suficientemente objetivos para valorar con frialdad este episodio
histórico. El académico Chubarián parece apuntar que la diferencia
principal de las perspectivas de los autores rusos y alemanes que
aparecen en el manual nace de la antigua discusión de si la batalla de
Stalingrado supuso o no un cambio decisivo en el curso de la guerra.
Analicemos entonces si Stalingrado marcó un punto de inflexión no sólo
en la Segunda Guerra Mundial, sino en la historia de Europa y de toda la
humanidad.
Según los testimonios del mariscal de campo Friedrich Von Paulus,
general en jefe del 6º Ejército, que sucumbió en Stalingrado, las
primeras órdenes para planear la ofensiva del verano de 1942 habían
llegado al 6º Ejército ya en abril de aquel año. Poco antes Hitler,
durante un discurso en Poltava (Ucrania), expuso ante sus generales su
estrategia de la campaña: "Mi idea principal es ocupar la zona del
Cáucaso tras asestar un golpe decisivo a las tropas rusas. Si no
conseguimos el petróleo de Maikop y Grozni (Chechenia), tendré que poner
fin a esta guerra".
De esta manera las operaciones en el Volga y en el Sur de Rusia en
general, según la idea del líder nazi, decidirían el desenlace de la
guerra. Al mismo tiempo Hitler estaba absolutamente convencido de la
supremacía del ejército alemán sobre el soviético. “Los rusos agotaron
sus fuerzas en las batallas de invierno y primavera. En estas
circunstancias es necesario y posible poner fin a la guerra en el este
antes de que termine el año”, decía Hitler.
Para comprender el significado de la epopeya de Stalingrado hace
falta imaginar qué papel tuvo en el contexto de la estrategia del Tercer
Reich y por qué la derrota en el Volga anuló los planes de Hitler a
largo plazo.
El 3 enero de 1942, en una conversación con el embajador de Japón en
Berlín, el general Oshima, Hitler declaró: “No pienso lanzar más
ofensivas en el Frente Central. Mi objetivo será el avance en el sur. En
cuanto mejore el tiempo emprenderé un ataque en el Cáucaso. Esta es la
dirección más importante. Tenemos que acceder al petróleo, tener salida a
Irán e Irak”.
Estos ambiciosos planes ya estaban perfectamente formulados en abril:
derrotar al enemigo al oeste del Don para luego hacerse con los campos
petrolíferos del Cáucaso y atravesar la cordillera caucásica.
Los generales de la Wehrmacht elaboraron los respectivos planes, que
preveían desarrollar la ofensiva en dirección a Sujumi para unirse a las
tropas turcas. Para aquel momento 26 divisiones del Ejército turco
estaban listas para entrar en combate en la frontera con la URSS. De
haberse realizado estos planes, Turquía se habría unido al Eje.
¿Qué batalla de la Segunda Guerra Mundial podría reducir a cenizas
estas ambiciones de los nazis? ¿La de Kursk? ¿La de Moscú? ¿La defensa
de Leningrado o Sebastopol? Ninguna de ellas, a pesar de su importancia
para la victoria final de la URSS, era suficiente para frustrar los
planes de Hitler. Sólo Stalingrado era capaz de aplacar su obsesión por
la dominación mundial.
Resulta sorprendente que los fallos estratégicos que Moscú y Berlín
cometieron a la hora de planificar la campaña de verano de 1942 fueran
casi idénticos. En un intento de persuadir a Japón de atacar la URSS,
Hitler aseguraba al ya mencionado embajador nipón que el Ejército Rojo
sería derrotado durante el próximo verano, a más tardar. “No hay
salvación posible para ellos... Los bolcheviques serán arrastrados tan
lejos que nunca volverán a pisar las zonas civilizadas de Europa”, decía
el líder nazi, para el que la debilidad del Ejército Rojo era una
evidencia.
También Stalin subestimaba al enemigo y por ello no tenía una idea
exacta de la situación en el Frente Sur. Además, a causa de la
desinformación, estaba esperando una ofensiva contra Moscú en lugar de
en el sur, según afirmó el mariscal Gueorgui Zhúkov.
El historiador ruso Gueorgui Kumaniov ha investigado nuevos
documentos de archivo y pone de manifiesto que la “minosvaloración por
parte de Stalin de las fuerzas de la Wehrmacht y el excesivo optimismo
sobre el potencial del Ejército Rojo” constituyeron un factor clave en
el desarrollo de la batalla de Stalingrado. La causa de que el Gran
Cuartel General de las Fuerzas Armadas de la URSS manejara información
desvirtuada en cuanto a la situación real en los frentes fueron los
informes inexactos sobre las bajas proporcionados por la Dirección
General de Inteligencia.
“Según estos informes, entre el 22 de junio de 1941 y el 1 de marzo
de 1942, las bajas de las tropas alemanas habrían sumado 6,5 millones,
de las que 5,8 millones correspondieron al Ejército de Tierra; pero en
realidad las bajas del Ejército de Tierra durante este período fueron
poco mayores de un millón de efectivos”, asegura el experto.
Esta subestimación del enemigo costó muy caro al Ejército soviético
durante los primeros meses de la batalla a orillas del Volga.
Un corresponsal alemán informaba mientras se acercaba con las tropas a
Stalingrado: “Los rusos, que antes defendían con tenacidad cada
kilómetro, se retiraban sin un disparo. Tan sólo los puentes destruidos y
los bombardeos aéreos frenaban nuestro avance. Cuando la retaguardia
rusa no lograba evitar el combate elegían posiciones que les permitieran
aguantar hasta la llegada de la noche... Nos resultaba muy inusual
avanzar por la ancha estepa sin ver rastro del enemigo”.
El mariscal Vasili Chuikov escribió sobre los primeros días de la
defensa de Stalingrado: “Las unidades sufrieron muchas bajas y se
retiraron. Esto no significa que las tropas se hubieran desplazado de
manera organizada siguiendo una orden. Es una muestra de que los
soldados que lograron sobrevivir en aquel caos y consiguieron escapar de
los tanques alemanes llegaban heridos hasta la siguiente línea de
defensa, donde les entregaban municiones y les enviaban otra vez al
combate”.
Al mismo tiempo ninguna de las partes veía el frente que había en la
estepa cerca de Stalingrado como el escenario de la confrontación
decisiva de un número colosal de hombres y máquinas de guerra.
En la reunión del 12 de septiembre de 1942, celebrada en la ciudad
ucraniana de Vínnitsa, Hitler advirtió a Friedrich Von Paulus y a otros
generales: “La resistencia en Stalingrado debe ser calificada como
local. Los rusos ya no son capaces de realizar operaciones estratégicas
de gran envergadura que puedan representar para nosotros algún
peligro... Hay que intentar tomar la ciudad cuanto antes para no
permitir que se convierta en un problema por mucho tiempo”.
A pesar de estas advertencias, Stalingrado cada vez se parecía más un
'agujero negro' que se tragaba las mejores divisiones de la Wehrmacht.
Mientras, Stalin persistía en su convicción de que el líder nazi
lanzaría el grueso de sus tropas contra Moscú. Y, aunque no descartaba
la posibilidad de una eventual ofensiva alemana en el sur, restaba
efectivos de los frentes de las provincias sureñas del país.
Como consecuencia, según calculan los historiadores occidentales, los
nazis superaban notablemente a los soviéticos en efectivos y artillería
(tres veces más), en tanques (seis veces), en aviones (más del doble).
Sólo durante la reunión del 13 de septiembre los generales Gueorgui
Zhukov y Alexander Vasilevski pudieron convencer a Stalin de que urgía
diseñar una contraofensiva. Los estrategas soviéticos sostenían que
Stalingrado debería ser defendida con una batalla de desgaste,
utilizando las tropas necesarias para mantener viva la defensa. No
debían desperdiciarse soldados en contraataques menores, a no ser que
fueran absolutamente necesarios para impedir al enemigo que tomara todo
el margen occidental del Volga. Entonces, mientras los alemanes se
centraban enteramente en capturar la ciudad, se reunirían secretamente
nuevos ejércitos detrás de las líneas para preparar un gran cerco.
El líder soviético dudaba. Pero aquella noche, por fin, dio su
respaldo a este plan. Instruyó a los dos hombres para que obraran dentro
del más estricto secreto. “Nadie, fuera de nosotros tres, debe saber de
esto por ahora”. La ofensiva se llamaría 'Operación Urano'.
Estos planes se ejecutaron durante la campaña de otoño e invierno de
1942: del 19 de noviembre al 2 de febrero duró esta batalla en
Stalingrado. A las 14.46 horas del día 2 de febrero, un avión alemán de
reconocimiento sobrevoló a gran altura la ciudad transmitiendo el
siguiente mensaje: “En Stalingrado no hay señales de combate”.
Nunca, en ninguna batalla la Wehmacht había sufrido tantas bajas: un
millón y medio de soldados y oficiales, que representaban la cuarta
parte de las tropas de Alemania en el Frente Oriental. El número de los
prisioneros de guerra superó, según los datos soviéticos, las 154.000
personas (113.000, según fuentes alemanas).
Al ascender a Paulus al grado de Mariscal de Campo, Hitler dijo a
general Alfred Jodl: “Ningún mariscal se había rendido en la historia
militar”. Aquel mismo día, 31 de enero, el comandante del 6º Ejército
fue capturado con vida.
Aquel tremendo choque en el Volga fue especial en muchos aspectos.
Según el testimonio de los generales alemanes, nunca un triunfo militar
del enemigo había sumido en tal terror al pueblo alemán. “Nunca en la
historia de Alemania tantos hombres perdieron la vida de una manera tan
horrorosa”, decía el general Siegfried Westfall.
El general Von Butler se daba cuenta de la imposibilidad de continuar
la guerra tras la derrota en Stalingrado: “Alemania no sólo perdió una
batalla y un ejército experimentado en los combates. Perdió la gloria de
la que se había cubierto al principio de la guerra, una aureola que ya
empezó a palidecer en la batalla de Moscú en invierno de 1941. Esta
circunstancia no podía sino cambiar radicalmente el curso de la
guerra...”
Un diplomático berlinés recordaba que la sociedad alemana estaba
paralizada por una profunda crisis “cuyo símbolo era una sola palabra:
Stalingrado”. Esta batalla disipó cualquier atisbo de esperanza que
albergase Berlín en cuanto al ingreso de Japón y Turquía en la guerra
contra la URSS y aceleró la ruptura de Italia con el Eje. Y, finalmente,
la batalla de Stalingrado frustró todos los planes geopolíticos de
Hitler y preparó el terreno para la apertura de un segundo frente en
Europa.
El desembarco de las fuerzas aliadas en Normandía estaba desde un
principio condicionado a que los alemanes no dispusieran de más de 27
divisiones para mandar al Frente Occidental. El golpe que los soviéticos
asestaron a la Wehrmacht en Stalingrado hizo que este requisito se
cumpliera.
Es curioso que dos personas tan diferentes como el cómico de origen
judío Charles Chaplin y el general nazi Hans Doerr pudieran sentir
acertadamente que el significado histórico de Stalingrado rebosó los
límites de la guerra. Doerr escribía: “En Poltava, en 1709 Rusia se ganó
el derecho de llamarse una gran potencia europea. Stalingrado la
convierte en una de las potencias mundiales más importantes”. Por su
parte Charles Chaplin exclamaba con admiración: “Rusia, has ganado la
admiración de todo el mundo. Rusos, el futuro es vuestro”.
Los que participaron en aquel choque también percibían la
trascendencia de aquella batalla. Escribe el historiador Guergui
Kumaniov: “Los veteranos dicen que en la guerra no hay ateos, los
defensores de la ciudad del Volga entregaban su vida y su corazón a
Dios”.
En las películas soviéticas de la guerra los soldados se lanzan al
ataque al grito de “¡Por la Patria! ¡Por Stalin!”, pero muchas veces
gritaban también: “¡Sálvame Dios!”. Y fue el comandante del 62º
Ejército, que defendía Stalingrado, Vasili Chuikov, el “general de las
trincheras” como le llamaban los soldados, el que encendió la primera
vela en homenaje a la victoria en una de las iglesias que milagrosamente
quedó en pie en la ciudad arrasada.
El filósofo ruso Iván Ilián dijo: “El patriotismo únicamente tendría
cabida en un alma receptiva a lo sagrado y que en su propia experiencia
haya apreciado su valor objetivo e incondicional, identificándolo en las
reliquias de su pueblo”. Este es el auténtico significado histórico de
la batalla de Stalingrado.
-Hs:21:43Pm-Investigacion:Alberto Costacurta Grossetti-Edicion:Mirta B Costacurta y Corresponsales de FILEALIEN-46-
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sábado, 23 de febrero de 2013
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