-FILEALIEN-46-Año 4-Rosario-Santa Fe-
-Los conflictos geopolíticos tienden a repetirse. La
situación en Ucrania tiene todos los ingredientes constitutivos de la
vieja máxima.
Rusia, con su inmensa geografía, sus gigantescas
reservas energéticas y su veto en el Consejo de Seguridad, es una
realidad geopolítica insoslayable. Su historia enseña que, desde los
tiempos de los zares, se ve a sí misma como un vasto territorio sometido
al real o potencial ataque de fuerzas extranjeras. Convicción que se ha
visto reafirmada, en los últimos dos siglos, al menos dos veces: con la
invasión napoleónica de 1812 y la de la Alemania nazi en 1941. De ahí
que, para Rusia, controlar el territorio y la zona de influencia sea
algo más que una política de Estado: es un imperativo categórico. Por
eso, un hombre como Gorbachov, protagonista de una curiosidad histórica
como fue el abandono ruso de Europa del Este en los años 80, es admirado
en Occidente, pero detestado en su país.
En Ucrania conviven dos
realidades. El sur y el este del país son prorrusos, mientras que el
oeste ansía ser admitido en la Unión Europea y sueña con integrar la
OTAN. Pero, además, Ucrania es parte esencial del espacio ex soviético.
George Kennan, el autor de la doctrina de la contención a la URSS,
reconoció en American Diplomacy (1951) que "Ucrania,
económicamente, es parte de Rusia, así como Pennsylvania es parte de los
Estados Unidos", y advirtió que los países de la zona de influencia de
Moscú no lograrían un marco de estabilidad y un futuro promisorio si
partían del error de proceder con sentimientos de revancha y odio
respecto del pueblo ruso. Kennan recomendó entonces una política de
"contención" de la vocación expansionista del Kremlin, reconociendo que
éste sólo veía "vasallos o enemigos" en la frontera.
A fines de
2013, el entonces presidente ucraniano Victor Yanukovich anunció que
cancelaría las negociaciones tendientes a la firma de un acuerdo con la
Unión Europea y a cambio propuso estrechar los vínculos con Moscú. De
inmediato, se levantó la parte occidental del país y el Parlamento
destituyó a Yanukovich. La crisis en Kiev aceleró los procesos
independentistas en Crimea y en las regiones separatistas del este del
país. En el centro del conflicto estaba la estratégica base de la Flota
del Mar Negro de la armada rusa, territorio cedido a Ucrania en 1954 en
una de las decisiones más polémicas de Nikita Kruschev, quien, además,
era ucraniano. Entonces, las consecuencias no fueron inmediatas, dado
que ambas repúblicas eran integrantes de la Unión Soviética, pero la
cuestión de Crimea se transformaría indudablemente en una asignatura que
tarde o temprano estallaría. En marzo del año pasado, un referéndum
determinó que el 97% de la población crimea optó por la anexión a Rusia.
No obstante, Occidente calificó la decisión de Moscú como una grave
violación de la integridad territorial de Ucrania y convirtió al
presidente ruso Vladimir Putin en el villano perfecto.
Imprudentemente,
después de la caída del Muro de Berlín y la disolución del imperio
soviético, una ola de optimismo exagerado y sin bases firmes recorrió el
mundo. La noción de que las ideologías habían muerto y que el globo
marchaba a un único modelo de desarrollo político y económico -la
democracia capitalista- inundó la mente de los gobiernos, la prensa y la
intelectualidad occidental. Olvidando las reglas profundas de la
historia, la OTAN comenzó un audaz proceso de ampliación que convirtió
en miembros de la alianza atlántica a la casi totalidad de los ex
integrantes del Pacto de Varsovia. En 1990, el secretario de Estado
James Baker había prometido a Gorbachov que la membresía de una Alemania
unificada en la OTAN no significaría una extensión de la alianza.
Occidente incumplió sus promesas y una Rusia debilitada asistió a esta
humillación. Pensar que dichas acciones serían gratuitas implicó una
dosis de ingenuidad que bordeaba la irresponsabilidad.
Después de
la disolución de la URSS -calificada en 2005 por Putin como el mayor
error geopolítico del siglo XX-, Occidente ha optado por un camino
errático, contraproducente y riesgoso. Perdió la oportunidad, además, de
construir una agenda de cooperación con Putin cuando quien hoy es visto
como la "bestia negra" del sistema internacional ofreció muestras
cabales de prooccidentalismo, como cuando, desafiado al establishment militar
y de seguridad, resolvió el cierre de las bases rusas de Cuba y Vietnam
en el año 2000, dos reliquias de la Guerra Fría, o cuando en septiembre
del año siguiente fue el primer presidente en dar su apoyo a su par
norteamericano George Bush después de los atentados masivos en Nueva
York y Washington.
Occidente primero optó por ignorar a Rusia,
luego por demonizarla, para terminar arrinconándola y conseguir los
objetivos contrarios a los buscados: el Kremlin reforzó alianzas con
países vistos con inquietud por sus amenazas a la seguridad mundial,
como Siria o Irán.
La experiencia indica que los intereses de
largo plazo de Occidente se defienden con mayor intensidad cuando se
aplican políticas que respetan la idiosincracia y la cultura de otros
países y regiones, y no cuando se pretende imponer un modelo político
por la fuerza. La seguridad y la paz mundial podrían dar un gran paso si
los líderes occidentales favorecieran una Ucrania neutral que funcione
como puente entre Rusia y Occidente, olvidando integrar la Unión Europea
y la OTAN a los efectos de evitar inconducentes provocaciones a su
gigante vecino.
Los dirigentes políticos adquieren estatura de
estadistas cuando logran maniobrar, en pos de intereses de largo plazo,
las políticas coyunturales dentro de un contexto que no eligen y que
está regido por las inexorables reglas de la historia.-Argentina-Hs:20:53 P.m-Fuente:Diario La Nacion-Investigacion:Alberto Costacurta Grossetti-Edicion:Mirta B Costacurta y Corresponsales de FILEALIEN-46-
http://filealien-46.blogspot.com
Correo de contacto: arnold462009@hotmail.com-Twittear
martes, 24 de marzo de 2015
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