jueves, 31 de marzo de 2011

.Satelite GOCE-IMPORTANTE REGISTRO CARTOGRAFICO-


-SATELITE GOCE-ESA-
-EL CAMPO GRAVITATORIO DE LA TIERRA COMO NUNCA VISTO-
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-GOCE muestra el campo gravitatorio terrestre con un nivel de detalle sin precedentes
El mejor modelo del campo gravitatorio terrestre

31 marzo 2011
En apenas dos años, el satélite GOCE de la ESA ha registrado todos los datos necesarios para cartografiar el campo gravitatorio de la Tierra con una precisión sin precedentes. Desde hoy, la comunidad científica tiene acceso al modelo más preciso del geoide jamás visto, que ayudará a comprender mejor cómo funciona nuestro planeta.

El nuevo modelo del geoide fue presentado esta mañana en el 4° Taller Internacional de Usuarios de GOCE, celebrado en la Universidad Politécnica de Múnich, Alemania. Científicos de todo el mundo y medios de comunicación se complacieron al contemplar el mejor modelo disponible hasta la fecha del campo gravitatorio de nuestro planeta.

El geoide es la superficie imaginaria que tendría un océano que cubriese todo el planeta, en ausencia de corrientes o mareas, definida tan sólo por el campo gravitatorio. Es una referencia fundamental para estudiar la circulación oceánica, los cambios del nivel del mar y la dinámica del hielo polar – tres fenómenos afectados por el cambio climático.

El profesor Reiner Rummel, antiguo Director del Instituto de Geodesia Astronómica y Física de la Universidad Politécnica de Múnich comenta que “disponemos de un flujo continuo de datos de excelente calidad, generados por el gradiómetro a bordo de GOCE. Al final de cada ciclo de dos meses, disponemos de un modelo del campo gravitatorio de mayor calidad”.

Understanding ocean circulation
Comprendiendo la circulación oceánica
“Ahora ha llegado el momento de utilizar los datos de GOCE en investigaciones científicas y en aplicaciones prácticas. Personalmente, estoy ansioso por ver los primeros resultados oceanográficos”.

“Estos resultados demostrarán que GOCE es capaz de describir la topografía dinámica de los patrones de circulación oceánica con una resolución y calidad sin precedentes. Estoy convencido de que estos resultados contribuirán significativamente a mejorar nuestro conocimiento de la dinámica de los océanos”.

Durante los dos días que durará este taller, la comunidad científica escuchará las últimas novedades sobre la misión y recibirá información detallada sobre los resultados y servicios que ya se encuentran disponibles.

New GOCE geoid
El nuevo geoide generado por GOCE
Los asistentes también discutirán cómo el geoide generado por GOCE ayudará a avanzar en los estudios climáticos y oceanográficos, y a comprender mejor la estructura interna de nuestro planeta.

Como ejemplo, los datos obtenidos por GOCE están ayudando a desarrollar un modelo mejorado de los procesos que dan lugar a terremotos como el que recientemente devastó el noreste de Japón.

El terremoto del pasado día 11 de marzo fue causado por el movimiento de las placas tectónicas en el fondo del océano, lo que hace imposible observarlas directamente desde el espacio. Sin embargo, los terremotos dejan una huella visible en las mediciones del campo gravitatorio, que pueden ser utilizadas para comprender mejor los procesos que dan lugar a este tipo de catástrofes naturales y quizás algún día ser capaces de predecirlas.

El satélite GOCE fue lanzado en marzo de 2009, y ya ha completado su misión original de recoger datos sobre el campo gravitatorio terrestre durante doce meses.

GOCE in orbit
Representación de GOCE en órbita
Volker Liebig, Director de los Programas de Observación de la Tierra de la ESA comenta que “hemos tenido la ventaja de aprovechar un periodo de actividad solar excepcionalmente baja, por lo que GOCE ha podido permanecer en una órbita más baja y completar sus observaciones seis semanas antes de lo que estaba inicialmente previsto”.

“Esto también quiere decir que todavía tenemos combustible para continuar midiendo el campo gravitatorio terrestre hasta finales de 2012, lo que supone duplicar la vida de la misión y la oportunidad de elaborar un modelo del geoide de mayor precisión”.

GOCE ha marcado muchos hitos en la historia de la observación de la Tierra. Su instrumento principal – un gradiómetro equipado con seis acelerómetros de alta precisión capaces de medir el campo gravitatorio en 3D – es el primero de su clase en salir al espacio.

Su órbita es la más baja jamás utilizada por un satélite de observación, lo que le permite estudiar el campo gravitatorio con mayor precisión. El diseño estilizado de este satélite de una tonelada de masa tampoco tiene precedentes.

Por si fuera poco, GOCE utiliza un innovador motor iónico que genera una fuerza ínfima pero continua, capaz de compensar con precisión la resistencia aerodinámica que encuentra el satélite en su órbita extremadamente baja.

Contrarrestando la resistencia aerodinámica
Volker Liebig añade que “podríamos decir que, desde las primeras etapas de diseño, GOCE parecía una misión de ciencia ficción. A día de hoy ha demostrado ser la misión más innovadora de la historia de la observación de la Tierra desde el espacio”.

Rune Floberghagen, Responsable de la Misión GOCE para la ESA, reconoce que “este es un momento muy importante para la misión. En los próximos meses, a medida que se realicen nuevas observaciones, la comunidad de usuarios podrá utilizar un modelo del geoide todavía más preciso”. -Fuentes:ESA.España-Investigacion-Edicion:ALBERTO ALIEN-(EL CONTENIDO U OPINION DE LA FUENTE NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE FILEALIEN-46)-http://filealien-46.blogspot.com http://laideadedios.blogspot.com

-"YO ESTUVE EN VENUS"-Epilogo-


-"YO ESTUVE EN EL PLANETA VENUS"-
-SALVADOR VILLANUEVA MEDINA-
-PLANETA VENUS-
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-"YO ESTUVE EN EL PLANETA VENUS"-EPILOGO-Más de una vez haciendo repaso de todo lo que me aconteció en aquella ocasión, me he encontrado ante la certidumbre de que todo el tiempo, a partir del momento en que de repente sentí deseos de conocer la máquina, allá en Ciudad Valles, estuve bajo el dominio mental de ellos, pues esto me parecía lo más lógico.

Pero esto ustedes lo dilucidan.

Ahora voy a seguirlo narrando todo, tal como siguió su curso.

Cuando fui despertado, estaba de nuevo vestido con mi propia ropa, y la que usé allá no la vi por ningún lado.

Naturalmente que me sacaba de quicio esta manera de proceder de mis amigos, pero ellos siempre tenían manera de justificarse.

Ahora me decían que me cambiaron la ropa ellos porque no valía la pena despertarme y que, además, dormido les daba la oportunidad de hacer algunos estudios sobre mi organismo en el momento preciso, así que sin mi voluntad me convertían en "conejillo de indias”.

Pero debo confesar que, ante la bondad de estas gentes, quedaba desarmado y ya no veía el objeto de violentarme.

De lo que sí estoy seguro ahora, es de que en los alimentos que me sirvieron en la nave debieron haber agregado alguna sustancia y esta era la que provocaba un sueño de tal naturaleza.

Estábamos de nuevo en nuestro mundo.

La nave nodriza "anclada" en nuestro espacio.

Fuimos despedidos por los dos jefes hasta la puerta de la nave pequeña y subimos a ésta bajo su vigilante mirada.

Momentos después siento la emoción indescriptible de ser lanzados al espacio.

El tobogán por donde suavemente habíamos penetrado a la nave nodriza se había convertido ahora en impresionante catapulta que nos despedía de manera poco digna.

La sensación fue sumamente desagradable, pues sentí lo mismo que deben sentir los famosos hombres-bala que en algunos circos se dejan lanzar desde un cañón.

Como esto parecía raro, ya que volando las naves por su propia fuerza no se siente ninguna sensación desagradable, les pregunté a mis amigos a qué se debía el cambio.

Me explicaron que estas naves crean su propia fuerza de gravedad, convirtiéndose en pequeños mundos cuando se propulsan por sí solas.

Aproveché para preguntarles qué clase de fuerza usan para moverse.

Me dieron una explicación sencilla.

Entre otras usan líneas magnéticas o campos magnéticos como nosotros los conocemos, y estos se generan entre masas en movimiento, asegurándome que cada nave tiene una máquina que aprovecha dicha fuerza.

La cosa es sencilla, ¿verdad? Les pregunté si no era factible que nos diesen una manita con algunos de sus conocimientos.

Me contestaron que era algo que les gustaría sobremanera, pero que resultaba sumamente peligroso.

Porque se han convencido que, además de romper nuestro proceso evolutivo, lograrían acelerar nuestra mutua destrucción, ya que tendrían que poner en nuestras manos conocimientos inapropiados a nuestro carácter destructivo.

Y como para convencerme de sus palabras me indicaron que viera a través de la pequeña pantalla que tenía frente a mis ojos.

Fijé mi vista y solo vi nubes, pero, accionando el control, las nubes se empezaron a desvanecer y apareció un cerro.

Cuando tuve este objetivo a solo unos metros de la pantalla, me dijeron que no lo perdiera de vista.

El cerro aquel se empezó a hundir, como si a un gran trozo de mantequilla le dirigiera el chorro de fuego de un potente soplete.

El cerro casi desapareció y en su lugar se veía ahora una noria gigantesca, cuyas paredes parecían cortadas a plomo de una profundidad impresionante y en solo unos minutos.

Ahora fíjate en lo que va a pasar - me dijeron.

Eso que viste solo fue potente desintegrador: pero a esta arma le sigue otra.

Y aterrado vi cómo las paredes de aquella fantástica noria se empezaban a desgranar, lanzando toneladas de tierra y piedra hacia su fondo.

Cuando esto cesó, aquello quedó convertido en un cono o embudo de colosales dimensiones.

Como ves - me dijeron, estas armas son en verdad destructoras, pues, sin usar la primera que es simplemente mortal, con la segunda en solo unos minutos podríamos hacer saltar en pedazos toda una ciudad, sin que una sola viga de acero de las que forman la armazón de los grandes edificios quedara en su sitio.

Ahora, dinos, ¿te gustaría que pusiéramos en manos de alguna nación de tu mundo una de estas armas? Estaba tan aterrado que no me atreví a contestar; pero el más bajito, quizás aprovechando mi estado de ánimo, me dijo: --No creas que nosotros usaríamos contra ustedes estas armas.

Si tuviéramos interés en dominarlos, nos bastaría usar un gas del que cada nave tiene una buena dotación.

Dicho gas es más pesado que la atmósfera de este mundo y, al aspirarlo ustedes, quedarían sus mentes bajo nuestro control.

Quedé estupefacto y añadió: -- No vayas a pensar que lo usamos contigo.

Al decirme esto me miró con cierta malicia, o algo sospechoso.

Advertí en sus facciones que me hicieron estremecer, dando gracias a Dios por estar de nuevo en mi mundo.

Momentos después reconocí el sitio donde había estado parado con el auto de los norteamericanos.

Bajamos lentamente, hasta sentir que habíamos tocado tierra.

Mis amigos me hicieron prometerles que la experiencia que me habían concedido la daría a conocer en todas partes y por todos los medios a mi alcance y fue entonces cuando les advertí que mi preparo intelectual era nulo y ellos me prometieron su ayuda.

Momentos después me encontraba corriendo hacia la carretera, pues ellos me dijeron que mientras no me alejara lo suficiente no podrían elevarse porque ponían en peligro mi vida.

Cuando llegué al borde de tierra dirigí la vista al lugar, esperando ver cómo la nave se elevaba; pero esta se mecía majestuosamente a unos 500 metros de altura, como despidiéndose de mí.

Luego dio un tirón tan fuerte que desapareció de mi vista, pudiendo localizarla cuando solo era un pequeño óvalo de seis o siete pulgadas.

De nuevo mi mente se volvió confusa.

Fijé mi vista en las piernas de mi pantalón y estaban completamente limpias, lo contrario de como quedaron al atravesar el lodazal 5 días antes en que atravesamos desde la carretera hasta la nave.

Estuve un buen rato reconociendo el terreno y cavilando sobre aquella fantástica aventura y, cosa rara, estaba seguro de que todo el mundo me creería cuando la contara, ya que podría contestar cuanta pregunta me hicieran relacionada con este fantástico viaje.

Sólo me intrigaba cuánto tiempo había pasado.

Vi venir un coche en dirección al sur, crucé la carretera y sin atreverme a pararlo éste se detuvo frente a mí.

Dicho coche traía placas del Estado de México y estaba ocupado al parecer por una familia.

Venía al volante un señor gordo; a su lado una señora bien vestida y atrás dos jovencitos.

El señor me preguntó que sí iba al pueblo subiera, que me traería.

Pensó el hombre que yo sería de por allí, y como traía dificultades con el motor creyó que le podía indicar algún taller mecánico; pero yo desconocía el pueblo y sus moradores.

Me limité a aconsejarle que nos paráramos en la primera gasolinera.

Allí tuvimos la suerte de encontrar un mecánico petulante y medio ebrio, que inmediatamente pronosticó el desperfecto, engatusando al dueño del coche para que lo siguiera, puesto que éste manejaba una carcacha.

Yo me quedé en la gasolinera.

Poco después llegó en la misma dirección un gran camión de carga a cuyo chofer le pedí que me trajera.

El hombre que lo manejaba accedió a traerme pues se dirigía a la Ciudad de México.

Por mi parte me sentía rebosante de optimismo.

Recordaba perfectamente todos los incidentes del viaje y estaba seguro de que nadie me confundiría.

Le pregunté al compañero qué día era.

Al contestar me dirigió una mirada, con cierta mezcla de extrañeza y de burla; pero venía yo tan optimista que no le di importancia.

Hice cuentas de los días que llevaba fuera de mi casa y me dispuse a contarle a mi compañero mi aventura.

Me oyó calmadamente, sin dejar de dirigirme miradas de desconfianza, quizá pensando que estaba loco; pero que era un loco pasivo, sin peligro.

Por fin, cuando estuve seguro de que no corría ningún peligro en mi compañía y que le había inspirado la confianza necesaria, me dijo: -- Mira, hermano, la hierba es mala cuando uno la fuma pura.

Ya verás cuando la guisa. Si te contara lo que he visto, te quedarías maravillado. Aquello me apenó.

¿Sería verdad que aquel hombre pensaba que yo estaba mariguano? Así que todo el trayecto me lo pasé dormido, pues de repente vi con claridad la magnitud de mi experiencia y perdí todo deseo de hacerla pública.

Pero recordaba la promesa que había hecho a mis amigos de hacer pública la oportunidad que ellos me habían proporcionado, así que de allí en adelante tenía que luchar para vencer aquel complejo que echó profundas raíces cuando se la conté al compañero chofer que me trajo.

Fue por esta causa que durante año y medio no lo conté a nadie y solo me arriesgué cuando se empezaron a leer con frecuencia en los periódicos relaciones de personas que aseguraban haber tenido oportunidad de admirar estas fantásticas naves espaciales.

Como decía al principio de este libro, he pasado tantos sinsabores desde que me decidí a contarlo que he acabado por considerar increíble la aventura y justificar a las personas que se burlan de mí, pues tienen derecho a no creer lo que ellos no hayan visto o vivido.

Así, cuando me topo con una persona que me pregunta en son de guasa, acabo por decirle, que solo fue un viaje que hizo mi mente en alas de la imaginación, y con eso lo dejo satisfecho, pues casi siempre infla el pecho y dice: --Ya decía yo que esto era imposible.

A mí nadie me engaña.

Así los dos quedamos tan contentos.

Ahora, cuando encuentro a una persona exenta de petulancia y de "sabiduría", casi siempre lo cuento todo y con mucho gusto nos ponemos a discutir lo factible y lo no factible y, pongamos que no lo crea, pero queda con la duda y, además, se divirtió, cosa que a mí me satisface.

Posteriormente a este viaje me sucedieron cosas tan raras que quedan fuera de mis conocimientos.

Las relato abrigando la esperanza de que algunos de mis lectores tenga idea de lo que se trata.

Muchísimas personas me asediaban preguntándome de qué planeta procedían aquellos hombres y esto me mortificaba a tal grado que acabó obsesionándome, pues resultaba estúpido no habérseme ocurrido preguntarlo a los que me hubieran sacado de la duda.

Uno de esos días en que más me mortificaba esta pena, empecé a sentir una presión mental insoportable que por momentos se hacía más pesada al grado de que tuve que dejar de trabajar, pues me resultaba peligroso.

Me dirigí a mi casa a eso de las tres de la madrugada y, aunque no tenía sueño, me tendí en la cama.

El cuarto estaba a obscuras.

No quería despertar a mi esposa y por lo tanto me abstuve de prender la luz.

Estaba, lo recuerdo perfectamente, despierto y en actitud pensativa y revoloteaba en mi mente el reproche que me hacía de no habérseme ocurrido hacer tan importante pregunta.

De repente el lugar se iluminó inundándose de luz, pero la luz que yo había visto en aquel planeta.

Traté de incorporarme sin lograrlo y ante mi asombro desapareció todo lo que de familiar había a mi alrededor y me ví participando en una escena en que aparecían mis dos amigos dándome una conferencia de astronomía.

Pintaban en algo colocado en una de las paredes, lo que debía ser un diagrama de nuestro sistema solar.

Reconocí el sol y nueve planetas de diferentes diámetros, habiendo treinta y siete lunas en total, distribuidas treinta de ellas entre los cinco últimos planetas y las siete restantes entre el nuestro y el sol.

Cuando estuvo todo distribuido, simplemente trazó el que hacía de profesor, que no era otro que el hombre más delgado de los dos primeros una cruz sobre el segundo planeta a partir del sol.

Luego, el mismo hombre volvió la cara a donde me encontraba y me dijo en su reconocible voz: --Te acuerdas cuando entrábamos en nuestro planeta, que preguntaste si era el sol lo que veías y te contestó uno de nuestros superiores que no pero que sí estábamos entrando en nuestro planeta por la puerta del sol, o sea por la parte en que siempre está alumbrando nuestro astro rey? Y a fe mía que no recordaba aquellas palabras, pues entonces estaba yo tan asustado ante lo que tenía a mi vista, que no se me grabaron.

Terminado este interrogatorio, desapareció la luz, mis amigos y todo lo que acababa de ver, y de paso ya no pude conciliar el sueño hasta el nuevo día.-(MITO...REALIDAD?...LA RESPUESTA QUEDA A SU CRITERIO...)Fuentes:Corresponsal:Edgardo Galante-Investigacion-Edicion:ALBERTO ALIEN-(EL CONTENIDO U OPINION DE LA FUENTE NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE FILEALIEN-46)-http://filealien-46.blogspot.com http://laideadedios.blogspot.com

-"YO ESTUVE EN VENUS"-Decimo capitulo-


-"YO ESTUVE EN EL PLANETA VENUS"-
-SALVADOR VILLANUEVA MEDINA-
-PLANETA VENUS-
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-"YO ESTUVE EN EL PLANETA VENUS"-Decimo capitulo-Se trataba de un concierto de ópera, y se oía con tanta fidelidad que inclusive identificaba no solo el quedo cuchicheo de las damas vecinas al que grababa, sino el ruido que producen sus vestidos al acomodarse en sus asientos y el crujir apenas perceptible de las finas tarlatanas.

Lo que se desarrollaba en el escenario era en un idioma extranjero y desconocido para mi y no sabría a ciencia cierta de qué ópera se trataba.

Resultaba verdaderamente sorprendente la fidelidad con que se oye todo en estas salas.

En otra butaca se estaban reproduciendo los ruidos característicos de un gran incendio, indudablemente era en un bosque y de proporciones devastadoras.

Así era el crepitar de las llamas, el estruendo aterrador de un gigantesco árbol, que, en su caída, arrastra desgajando ramas a lo que encuentra en su paso y finalmente el golpe seco, sordo, impresionante, con increíble realidad.

Se sentían ondas de intenso calor, que se desparramaban en todas direcciones y con ellas nuevas extensiones que empezaban a arder, multiplicándose y aumentando el radio del incendio.

Esta escena estaba siendo tomada de seguro desde una nave a gran altura y el incendio se estaba produciendo en un bosque vigilado, porque con rapidez asombrosa pasaba de lo indomable del fuego a los lugares donde individuos especializados, con la calma característica del que está habituado a estos menesteres, cumplen sin violentarse y sin precipitarse su cometido.

Se oyen las órdenes, dadas por radio indudablemente, con toda parsimonia, como quien está dando consejos.

Pasa luego de dar órdenes a pedir refuerzos.

Enseguida la toma cambia de lugar.

Ahora es una banda de aves; acto seguido se oye el ruido inconfundible que producen grandes grupos de pequeños animales que huyen despavoridos tratando de poner espacio de por medio en pos de un refugio seguro.

Por eso digo que estas escenas están tomadas a gran altura desde donde se pueden dominar extensiones grandísimas.

Oí, por ejemplo, en otra de las filas algo que indudablemente era también un incendio; pero ahora quizá ocurría en una zona comercial con adelantos modernos.

Se oía claramente la gritería ensordecedora, carreras desenfrenadas sin orden ni concierto, propias de las gentes cuando el pánico hace presa en ellas.

Luego tiros disparados contra alguien que no obedecía, porque se oían silbatazos de policias.

El ulular de las sirenas de los carros de bomberos, las frenadas de los mismos, gritos entre ellos dando órdenes; el arrastrar de mangueras, el ruido metálico de las conexiones en las tomas de agua, el choque de los potentes chorros contra los muros incendiados, el ruido de estos al desplomarse, el clamor sordo de la multitud expectante contenida en el área del incendio.

Con facilidad se distinguían hasta los comentarios de la gente, todo esto en idiomas que me son familiares, aunque no sabría decir con precisión a qué raza de nuestro mundo pertenecían.

También oí el ruido aterrador de un huracán, que materialmente barría con todo lo que encontraba a su paso, el ruido de piedras rodando en pendientes profundas, el choque de unas contra otras haciéndose pedazos y multiplicándose los ruidos.

Árboles arrancados de cuajo y lanzados a distancia, el silbido escalofriante del viento, el avance de grandes torrentes de agua al salirse del cauce de un caudaloso río, y de cuando en cuando el bramido desesperado de alguna bestia atrapada o el chapoteo desesperado de algún animal en peligro de ahogarse.

Todo visto tan solo con los ojos de la imaginación.

Más de una vez me quité la venda con que cubría mis ojos, para asegurarme que solo eran sonidos los que estaba oyendo y estos estaban muy lejos de la realidad que imaginaba.

Todo esto en una sola sala, en la que bastaba cambiar de fila y ocupar uno o dos asientos más adelante o atrás para encontrar variación de espectáculo imaginativo.

Lo más sorprendente de todo es que, aunque una butaca esté vacía, no sale de ella nada de lo que se oye cuando uno la está ocupando.

Uno de los ruidos que más gustó a aquella gente, es el que reproduce el de nuestros mares, pues esas filas, generalmente están ocupadas, pero pude ganar una de aquellas butacas en cuanto la dejaron, y podría decir que también a mí me gustó.

Se trataba de algo característico, a lo que le podríamos llamar sinfonía del mar.

Se adivina que el primer escenario es un puerto marítimo, y debe ser de mucha importancia.

Se adivina también que es una mañana cubierta de neblina.

Comienza el ruido de las cadenas, característico del que se produce al recobrar las anclas.

Por momentos lo amortigua el golpear de las olas en los costados del barco.

Luego voces de mando ampliadas por el uso de los megáfonos, carreras de individuos puestos para cumplir las órdenes, rechinar de cables al tensarse entre el barco y los remolcadores.

Cada vez el número de ruidos aumenta.

Ahora se suman la sirena del barco, al parecer gigantesco, y los pitazos de prevención de los remolcadores.

Ahora surgen gritos desesperados de bisoños marinero, contrastando con las voces de mando de capitanes maduros desde sus respectivos puestos de mando.

Luego viene el ruido producido por las máquinas al empezar a levantar presión en las calderas, y finalmente el golpear de las palancas de control.

Resultaba tan fácil identificar estos sonidos que experimentaban la sensación de estar a bordo, observando todas las maniobras preliminares a la salida del puerto de una gran embarcación.

Luego la toma pasa a los muelles, indudablemente ya entrada la mañana.

Carreras de trabajadores, saludando a gritos a sus compañeros, o comentando también a grandes voces sus aventuras de la noche anterior; rodar de carretillas, golpear de bultos al ser descargados; rechinar de cables de acero moviendo las canastillas de gigantescas grúas y el vocerío aumentaban por momentos hasta convertirse aquello en un pandemonium.

Ahora la toma se mueve hacia una zona de balnearios.

Empieza recogiendo el rugir de los motores de algunas lanchas empeñadas en una competencia, luego se oye el zumbar de algún avión que cruza cerca; de nuevo motores de lanchas, ahora remolcando esquíes acuáticos; se siente el aliento de la persona que guía el esquí, y hasta se puede diferenciar, por el sonido, cuál estela pertenece a la lancha y cuál al esquí.

Nos acercamos a un grupo de bañistas; se oyen chapotear en el agua y sus gritos al ser arrastrados por alguna ola.

Luego viene un grupo de niños, con sus gritos jubilosos e inconfundibles, sus carreras, sus guerras con agua o con arena, sus protestas, y luego sus llantos.

Finalmente los gritos autoritarios de sus padres poniendo orden en el desaguisado.

Ahora estamos sobre una playa, ayuna de ruidos humanos; las olas rompen en los acantilados estrepitosamente; luego cambia a un lugar sin barreras, donde mueren lentamente rodando sobre la arena.

Zumba el viento con fuerza entre las palmeras y enormes bandadas de gaviotas buscan refugio tierra adentro, chillando clamorosamente.

Nos internamos en el mar abierto.

El viento sigue zumbando, ahora con más fuerza; las olas aumentan de tamaño; se oyen allá lejos romper en los acantilados.

Indudablemente es una tempestad, pero nosotros nos alejamos, buscando un lugar apacible, y lo encontramos.

Estamos oyendo el suave deslizamiento de pequeños peces.

Distinguimos con facilidad las dimensiones del pez por la fuerza con que impulsan el batir de sus aletas en el agua.

Seguimos adelante.

Ahora es un grupo de peces voladores.

Se sienten en el momento que salen impulsados del agua para caer adelante en acción continua y acompasada.

Luego llega la pesca de algún pez de buen tamaño, la lucha de este por librarse del anzuelo, golpeando con estrépito el agua, el chillar del sedal al ser recogido en el carretel, los resoplidos del anónimo pescador por el esfuerzo desarrollado y finalmente un grito de desaliento o desilusión al escaparse la presa.

Seguimos moviéndonos en busca de novedades.

Ahora algo que he visto debe ser verdaderamente impresionante: la pesca de una ballena.

Un verdadero huracán a flor de agua.

Un disparo a bordo de una lancha; silba en el aire un arpón, el rápido tirón del cable poniendo en movimiento súbito a los carreteles que lo contienen y el blanco certero en el cuerpo del animal; el arrancón de este al sentirse herido, arrastrando la lancha y a sus intrépidos tripulantes.

Momentos de expectación.

Es tan real lo que oigo que siento temor por la vida de los pescadores y presiento un desenlace fatal.

El animal se hunde en su desesperación por salvarse del hierro que le está quitando la vida.

Finalmente el triunfo del hombre sobre el animal, gritos de júbilo que no dejan lugar a dudas: la presa fue rendida por la inteligencia del hombre.

Ahora la van remolcando lenta y pesadamente hasta el barco nodriza.

El ajetreo es endemoniado: ruidos de caderas, silbar de chorros de vapor o aire a presión, golpear de gigantescas cuchillas y zumbar de sirenas en loca carrera contra el tiempo el inconfundible hervor en descomunales calderas y finalmente torrentes de agua barriendo las cubiertas.

Esta forma de diversión sí me gustó, y creo que gasté en ella más del tiempo que teníamos libre, porque iba a cambiar de fila buscando más sonidos diferentes a los que pudiera identificar, pues me parecía estar en un concurso, cuando mis amigos me hablaron porque ya habíamos sido llamados a la nave.

Íbamos saliendo cuando vi que entre dos hombres sacaban de una butaca a un individuo y lo depositaban en una abertura incrustada en la pared.

Algo me dio la impresión de que lo amortajaban en un ataúd.

Para no quedarme con la duda pregunté a mis amigos de qué se trataba.

Me explicaron que como ellos no tienen cementerios acuden a medios más científicos para deshacerse de las personas que se van muriendo, que aunque hay lugares de reclusión para ancianos donde se reconcentran cuando se sienten demasiado viejos, se da con frecuencia el caso de que en cualquier edificio, y hasta en plena calle un individuo muera.

Por lo tanto, es obligación que las personas que estén más cerca de la víctima que la depositen en el aparato desintegrador más cercano.

No era otra cosa el lugar donde vi que metían aquel cuerpo al parecer sin vida.

Mis amigos me explicaron que no hay edificio que no tenga uno de estos aparatos en cada piso y resulta tan importante que inclusive las camas en los edificios dormitorios contaban con un avisador que daba la alarma cuando un individuo pasaba determinado tiempo sin moverse.

Cuando esto sucedía acudían al lugar personas especializadas que se encargaban de la operación.

Les pregunté si no se daba el caso de que a una persona con vida la desintegraran y me contestaron que esto no sucedía pues era tan perfecto aquello que, mientras la persona depositada contara con vida, nada le pasaba; que sucedía con frecuencia que saliera del desintegrador un individuo a quien creyeran muerto que solo padecía algún mal; pero que esto le servía de aviso para que se alojara en un centro de reclusión donde lo atenderían de su enfermedad.

Mis amigos me advirtieron que era probable que ya fuéramos a partir; pero que, si esto no sucedía de todos modos dormiríamos en la nave que nos había transportado y que allí mismo comeríamos pues ya era tiempo de hacerlo.

Así que subimos a la azotea para abordar una de aquellas fantásticas naves esféricas, que volando las ve uno como gigantescos globos; pero cuando va uno en ellas y se da cuenta de la velocidad que alcanzan se aterroriza, pues da la impresión de que solo es una bola de cristal que de un momento a otro se estrellará contra otra nave, haciéndose añicos.

En esta incursión y volando en la nave esférica en aquel lejano mundo, vi allá abajo, en una remota calle, una serie de esbeltas y gigantescas ruedas al parecer planas; iban arrastradas o formaban parte de una máquina rara.

Pregunté a los amigos qué era aquello y por toda contestación uno de ellos tomó un micrófono cercano y ordenó algo al tripulante de la nave.

Disminuyó esta la velocidad, giró en espiral perdiendo altura y fue a colocarse unos metros adelante del raro aparejo.

Aún a pocos metros me siguieron pareciendo ruedas planas enormes y de un color amarillo.

Incapaz de adivinar de qué se trataba, lo pregunté.

Entonces me explicaron que solo era una máquina que iba tendiendo un piso metálico.

Delante de dicha máquina el piso era de color marrón oscuro y se veía de superficie burda, como una especie de concreto.

En la máquina los rollos de metal laminado, que no eran otra cosa las enormes ruedas, estaban espaciadas unas de otras, un metro aproximadamente, y la función de la máquina era pulir el piso, abrir una cuna o canal y ya preparado el piso de esta manera, iba depositando en su lugar aquellas cintas metálicas que son de aproximadamente doce pulgadas de ancho y su función es convertirse en conductores de la fuerza que usan los vehículos.

Aterrizamos en una azotea, enfrente del edificio donde estaba nuestra nave.

Tomamos el elevador y fuimos a parar al sótano.

Allí tomamos un conducto subterráneo para atravesar la calle y llegar al otro edificio, para abordar de nuevo el elevador y llegar a la azotea, bajo la panza de nuestra acogedora nave.

Buscando qué platicar se me ocurrió preguntarles algo acerca de sus gentes que me había llamado la atención.

No había descubierto a una sola persona que adoleciera de algún defecto físico, y vino a mi imaginación que, si en nuestro mundo se usara una ropa como la que se usa allí, que va materialmente unida al cuerpo, cómo aparecerían nuestros congéneres, tan feos y desproporcionados como somos con semejantes barrigas, piernas hinchadas, hombros caídos y espaldas encorvadas, pues sería como para morirse de risa.

Me explicaron que el desarrollo físico de su gente la controlan desde los laboratorios donde se preparan los alimentos, resultando estos perfectamente balanceados y fácilmente de digerir, no padeciendo jamás de enfermedades producidas por la mala digestión, producto a su vez de la deficiente masticación y de la ingerencia en demasía de líquidos, que tienden a aumentar el volumen de los estómagos y a desproporcionar los intestinos irritados por el esfuerzo.

En la nave la cabina de controles estaba a media luz y solo había uno de los individuos de los que formaban la dotación.

Al parecer mis amigos eran superiores a él en jerarquía, porque fue éste el encargado de servirnos Después de comer, el mismo individuo convirtió los sillones en camas y procedimos a acostarnos.-(Continuara)-Fuentes:Corresponsal:Edgardo Galante-Investigacion-Edicion:ALBERTO ALIEN-(EL CONTENIDO U OPINION DE LA FUENTE NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE FILEALIEN-46)-http://filealien-46.blogspot.com http://laideadedios.blogspot.com

-"YO ESTUVE EN VENUS"-Noveno capitulo-


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-"YO ESTUVE EN EL PLANETA VENUS"-Noveno capitulo-Por fin, satisfechos de su broma, cogieron una camisa cualquiera y la estiraron hasta alcanzar mi tamaño y lo mismo hicieron con un calzón y unos zapatos.

Maravillosas cualidades de un material apropiado para un mundo estandarizado.

Mis amigos me explicaron que aquel material podría crecer hasta tres veces su tamaño original, al que volvía fácilmente con solo meterlo en un líquido que lava y desodoriza.

Pero no paraba allí la cosa.

Una vez puesto sobre el cuerpo, con el calor de éste se encoge y adhiere, dando la sensación de estar desnudo, pues es de una frescura incomparable.

En un extremo de estas aberturas, donde se deja y recoge la ropa, hay una especie de casco de protección, que cubre desde el frente hasta los hombros.

En ellos se mete la cabeza y dicho aparato se encarga de peinar y agregar al pelo una sustancia grasosa, al mismo tiempo que lo recorta a la altura de los hombros succionando el sobrante.

Abandonamos el edificio dormitorio, saliendo a buscar un comedor.

Lo encontramos pocas manzanas más adelante.

En realidad no sentía hambre, pero tenía curiosidad por saborear y convencerme si efectivamente cada charola tenía diferentes sabores según su color.

Debo advertir que aquella substanciosa comida, con apetito o sin él, se come.

Por lo menos yo jamás he rehusado un helado o un buen dulce en nuestro mundo, y esto que se usa acá tiene cierto parecido con estas golosinas.

Y lo dicho, sin hambre, di fácilmente cuenta del contenido de dos charolas, y hasta creo que si hubiera durado más tiempo allí, la curva de mi estómago toma características alarmantes como las de los franceses que encontré.

Satisfecho el apetito o la curiosidad, fuimos en busca de una biblioteca, pues había despertado cierto interés en mí lo que al pasar había logrado observar.

Estos edificios no se diferencian gran cosa de los comedores, en su disposición.

Al igual que aquéllos, dos paredes alojan los elevadores y las otras dos siempre están cubiertas de estantes repletos de libros.

¿Como los nuestros? No, son un poquito diferentes.

Voy a tratar de describirlos, y no solo los libros sino todo lo que vi.

Mis amigos deben ser poco afectos a la lectura, porque me dijeron que, mientras yo fisgaba ellos subían a la azotea a respirar.

Me dirigí a un estante y cogí un libro.

No hay a quien pedírselo, ni tampoco a quien preguntar.

Así que al azar lo hice, y allí mismo, parado, me puse a hojearlo.

Como pastas, para llamarles como nosotros, tienen dos charolas, cuadradas o rectangulares, embrocadas, que forman como una caja.

El material interior es una tira continua doblada en forma de acordeón y unida a las pastas por sus extremos.

Este material está cuadriculado en forma menuda y la escritura que contiene se reduce a pequeños puntos diminutos, ángulos y círculos, colocados en diferentes posiciones dentro del cuadriculado.

Los libros se pueden abrir por dos de sus lados, así que cuando han terminado uno, lo cierran y abren el otro continuando la lectura.

Como complemento tiene unas uñetas que le sirven para mantenerlo abierto.

Esto es necesario por esta razón; todo el piso está cubierto de pequeños sillones.

Tienen descansos para los brazos y apoyo para los pies y se puede reclinar en cualquier ángulo.

Lo complementa un brazo articulado provisto en su extremo de un par de barritas que terminan en un pequeño círculo imantado, así que, cómodamente sentado, dispone el brazo a la distancia que uno quiera, coloca el libro abierto entre los dos círculos, sujeta el material de lectura con sus uñetas y hágame el favor, a quién no le van a dar ganas de leer con tantas comodidades, y lo más interesante que si una persona está interesada en escribir, también encuentra en qué hacerlo, pues hay varias hileras de sillas que en vez de brazo tienen una plana, como la de los comedores, y hay una buena provisión de libros en blanco.

Usan unos aparatitos no mayores que una plumilla fuente de mujer, pero no llevan pluma.

En su lugar hay un cuadro diminuto.

Dentro de él hay un círculo y al centro un punto para escribir.

Usan cualquiera de los ángulos.

Apretando un botón en la parte superior sale el círculo, y haciendo lo mismo con un abultamiento a medio cuerpo del aparato, destaca el punto.

No usan tintas de ninguna especie, sino una reacción eléctrica que opera sobre el material de escritura, que no es papel.

Más me pareció seda engomada o un material parecido, que no se arruga ni se rompe con facilidad.

Estos locales son bastante altos, pues alcanzan los tres metros y los estantes cubren toda la pared.

Para alcanzar cualquier libro, hay unos aparatos que se componen de una barra provista de un asiento, que a voluntad sube o baja en dicha barra y esta se mueve a derecha e izquierda.

De éstos aparatos hay unos diez o doce en cada pared y se manipulan con botones situados en el asiento.

En éstos, como en todos los edificios, se hace un verdadero derroche de luz, sin descubrirse la fuente, y lo mismo que en todas partes impera la variedad de colores, ocupando un solo color cada hilera de libros.

Mis amigos llamaron al elevador para que fuéramos a la azotea y viera algo interesante, y vaya si lo era: estaban unos individuos cosechando fruta.

Como dije antes, todas las azoteas están convertidas en huertos frutales de distintas especies.

Naturalmente que todo en este mundo es novedoso, por lo menos a mí me lo pareció.

Quizá haya personas que nada de esto les parezca ni siquiera lógico; pero de cualquier manera yo me voy a limitar a describir lo que vi.

En un ángulo de la azotea estaba una nave pequeñísima.

No medía más de tres metros alrededor.

Descendía por el centro una escala que llegaba por entre los árboles hasta uno de los pasillos.

Cuando subí a la azotea, llamando a mis amigos, me señalaron a dos hombrecitos que desempeñaban una labor que dicho sea de paso, en nuestro mundo es tediosa, pues estaban cosechando fruta.

Pero estos pequeños hombres que no median ninguno de los dos más de un metro, lo hacían de la manera más fácil.

En su pequeña nave traen una charola como de dos metros de circunferencia; pero está dividida en dos, teniendo un recorte circular en el centro.

Esta charola es como casi todo lo que allí se usa de un material sumamente liviano.

Cada una de las mitades, las colocan inmediatamente arriba del anillo que sostiene el árbol por el tronco.

Una de estas mitades tiene un agujero como de diez pulgadas.

En este agujero enchufan un tubo elástico del mismo diámetro y levantan la tapa de uno de los pasillos que además desempeñan el trabajo de canaletas.

Cuando todo está listo, toman un pequeño aparato poco más grande que una cajetilla de cigarros, lo colocan bajo la charola en unos rielecitos fijos al anillo, lo echan a andar y llueve fruta a la charola, que sigue por el tubo a la canaleta y de allí al interior del edificio, para llegar al lugar de aprovechamiento por conductos interiores.

El aparatito aquel es un vibrador que desprende la fruta que está madura.

Como se pueden dar cuenta, es sumamente fácil la cosecha.

Cuando terminan la operación en un árbol la repiten en otro y así van de azotea en azotea con su pequeña nave y sus raros implementos.

Les pregunté a mis amigos qué hacían con la fruta.

Por cierto, los árboles son bajitos.

No miden más de dos metros; pero son muy frondosos.

La parte superior de estos árboles está cubierta de ramas distribuidas en sorprendente simetría y bien proporcionados.

No se descubre una sola hoja, pero las cubren pequeños brotes, que en su mayoría tienen un rabito que sostiene un fruto.

Su corteza es verde, de apariencia tierna y lisa como el vástago de un plátano; los frutos que vi y toqué eran de envoltura suave, como la ciruela entre otras.

No me constaba, pero me aseguraron mis amigos que no producían huesos.

Volviendo al tema que estábamos tratando de qué hacían con la fruta, me contestaron riéndose a mandíbula batiente: ¿Qué crees que has comido? Eso que tanto te ha gustado no es otra cosa que una mezcla elaborada con frutas y pescado; pero, si no tiene sabor de pescado ni de frutas, claro que no, en los laboratorios se preparan quitando el olor y sabor originales.

Por eso te sabían diferentes, pero toda nuestra alimentación procede de esos árboles, complementándose con productos del mar debidamente elaborados y balanceados.

Ahora mis amigos estaban interesados en que conociera algunas de sus diversiones favoritas.

Vamos a empezar por lo primero que encontremos - me dijeron, y fue una sala cinematográfica.

Cuando me dijeron que era un edificio cinematográfico, pues me imaginé otra cosa distinta, quizá algo parecido a lo que conocía, esperaba cuando mucho una pantalla gigantesca, un público a obscuras, unas butacas incómodas, vaya, algo parecido a lo nuestro.

Desde luego que sí esperaba que el edificio tuviera todos sus pisos destinados al mismo fin.

A eso ya me había acostumbrado, pero veamos lo que encontré.

En estos edificios, que quizá son únicos en su tipo, los elevadores están en el centro y la pantalla ocupa una pared circular que rodea el edificio en su mayor circunferencia.

Los espectadores dan la espalda a la torre de elevadores, y de esta manera no son molestados por los que llegan o salen.

La sala tiene más luz que el mejor día de los nuestros con la misma claridad que conocemos.

Ya les he dicho que estas gentes tienen un gran dominio, tanto de la luz como de la oscuridad, por lo tanto, al entrar a esta sala, me pareció salir de un edificio semi-oscuro.

Nos sentamos en las primeras butacas que encontramos.

Naturalmente a esto sí puede llamársele butacas; es una armazón de lámina dura, forrada de un material fresco y esponjoso.

Yo que estoy el doble de voluminoso que mis amigos, entro a la fuerza y quedo dentro, o mejor dicho formando parte de una paca de un material para mí desconocido pero que me prodiga una comodidad jamás sentida.

Nadie estorba, el piso es cónico y puedo ver desde el piso de la pantalla.

El espectáculo gira lentamente alrededor de todo el edificio.

Intrigado me paré y busqué dónde empezaba y terminaba aquella maravillosa pantalla, encontrando al fin una ranura, donde claramente se veían salir y perderse trozos diferentes del espectáculo.

Gira tan lentamente que resultaría aburrido sino se posesionara de inmediato nuestra mente de que aquello no es ningún cinematógrafo como lo concebimos, ni como lo conocemos, pues sentado cómodamente tengo la sensación de que estoy en lo alto de un cerro y allá abajo veo un arroyo correr lentamente, bajando una vereda, un atajo de burros hostigados a gritos por tres arrieros.

Resulta maravilloso, doblemente, porque oigo los gritos de los arrieros, el jadear de los animales y hasta los ruidos peculiares que producen sus estómagos al hacer algún esfuerzo mayor.

Con tal claridad se oye todo y se ve que se pierde la noción del lugar y la distancia.

Los espectadores, en su mayoría, no se limitan a ver.

Van provistos de trozos de material, algo parecido al vidrio; pero, a pesar de que no es más grueso que un vidrio común y corriente, da la impresión de que solo es la tapa de una caja iluminada.

En este material tratan, y a veces lo logran con exactitud, de reproducir lo que ven.

No diría que pintan, pues no usan ni pintura ni pinceles, sino una cosa muy parecida a las plumillas con que escriben, y solo varía el aparato en la punta, por donde, a voluntad y solo haciendo presión en el abultamiento que lleva a medio cuerpo, produce un pequeño abanico, semejante al que produce una pistola para pintar a base de aire a presión.

Como dije antes, no es pintura sino una especie de rayito de luz que al girar la perilla superior cambia de color o de intensidad.

Este aparato lo usan algunos con tanta maestría que producen tonalidades verdaderamente maravillosas, pues el rayo de luz va desde un punto hasta dos centímetros de ancho y produce en el material el mismo efecto del fuego a diferentes distancias.

En el entresuelo hay estanterías donde se proveen del material necesario y allí mismo depositan sus trabajos.

De nuevo salimos a la calle, ahora en busca de una sala deportiva.

Cuando mis amigos me dijeron esto, me imaginé un gimnasio; pero fui llevado a un edificio que no tenía nada de esto, Todo el piso estaba cubierto de mesitas cuadradas que solo tenían una pata central.

De cada uno de sus lados pende una barra y en ella se desliza a voluntad un asiento con respaldo y apoyo para los pies.

El plano de la mesa está cuadriculado, en blanco y negro, y en este deslizan unas pequeñas marcas, que las mueven como en el ajedrez o en ese juego de damas que nosotros usamos.

Mis amigos me aseguraron que esto se juega en miles de combinaciones, que continuamente se inventan otras nuevas, desechando las más fáciles.

Aquello era interesante, pero yo pensaba que esto no era lo que me habían prometido y les pregunté por la sala deportiva, a lo que me contestaron que allí solo el cerebro hacía gimnasia y que no desperdiciaban energías inútilmente ya que la salud y la figura se controlaban desde los laboratorios a través de los comedores.

Ahora le tocaba su turno a otra clase de diversión.

Pocas manzanas adelante entramos en otro edificio.

En cuanto tuve ante mi vista la primera sala, me sentí desconcertado, recordé algunas escenas de una película oriental en la que presentaban un fumadero de opio, donde escuálidos seres vencidos por el vicio yacían en asquerosos camastros atendidos por seres misteriosos e igualmente escuálidos.

Esta sala está cubierta de cómodos sillones reclinables, en los que con facilidad se hunde uno, perdiéndose.

Tienen descanso para los pies y dan la impresión de que fueron hechos para dormir o descansar.

El respaldo, que se prolonga más allá de la cabeza, está de tal manera confeccionado que la cabeza queda hundida y las partes laterales están provistas de aparatos, al parecer micrófonos.

El complemento de esta diversión, a la que si le encontré motivo de ser, es una pequeña circunferencia de un material elástico negro suave y ligeramente grueso. Este se coloca alrededor de la cabeza y su cometido es tapar los ojos, dando la sensación de oscuridad.

La sala está totalmente iluminada. Provisto de este adminículo y colocado debidamente en el sillón, empieza el espectáculo, que esta vez es solo para el oído y la imaginación. En el primero de los sillones que ocupé, donde me acomodé con cierta dificultad, pero sin incomodidad, llenó mis oídos un sonido por demás conocido.

Era como el que produce el tráfico en las grandes ciudades, con un escándalo mortal de los empedernidos bocineros, el ulular de las sirenas de los diferentes servicios públicos de emergencia, el peculiar campaneo de los pequeños carritos de humildes vendedores, el vocerío clásico de los mercados, pitidos de los agentes tratando de poner orden, el rodar de pesados tranvías en los gastados rieles, sin faltar el traqueteo de un monótono ferrocarril con sus pitazos y campanazos peculiares, sus acompasados escapes de vapor y muchos ruidos que conozco pero escapan a mi memoria.

Era tan real todo que, algunas veces, ante la proximidad de un tren, me desembaracé de la tira con que me cubrí los ojos para cerciorarme de que no corría peligro. Como mis amigos me advirtieron que en cada hilera de sillones se podía oír un sonido diferente, me pasé a otro sillón, hileras más adelante.

Aquí encontré algo que, aunque no conozco realmente, lo podía fácilmente identificar.-(Continuara)

-Fuentes:Corresponsal:Edgardo Galante-Investigacion-Edicion:ALBERTO ALIEN-(EL CONTENIDO U OPINION DE LA FUENTE NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE FILEALIEN-46)-http://filealien-46.blogspot.com http://laideadedios.blogspot.com

-"YO ESTUVE EN VENUS"-Octavo capitulo-


-"YO ESTUVE EN EL PLANETA VENUS"-
-SALVADOR VILLANUEVA MEDINA-
-PLANETA VENUS-
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-"YO ESTUVE EN EL PLANETA VENUS"-Octavo capitulo-Caminamos unos cien metros hasta encontrarnos con dos grandes círculos como dos grandes, fantásticos y redondos ojos de una fiera mitológica.

Ojos saltones y abultados, como dos cúpulas de iglesia proyectadas hacia nosotros.

Pero aquello que en la oquedad inmensa de la enorme bóveda, que se podía fácilmente imaginar como los redondos senos de una fabulosa mujer, no eran otra cosa que dos naves.

Ni más ni menos, naves que al decir de mis amigos, eran automáticas, que no necesitaban tripulación de naturaleza alguna, que se podría decir, sin incurrir en exageraciones, que eran grandes cerebros electrónicos que estaban provistos de gran número de ojos, oídos y narices.

Estaban destinadas a las exploraciones, en las que no solo captarían sonidos y tomarían imágenes, sino que absorberían muestras de las materias que tuvieran a su alrededor.

Aquella gigantesca nave que las contenía era la indicada para llevarlas a sus objetivos.

La que estábamos visitando tenía dos hileras de sesenta naves automáticas que hacían un total de ciento veinte y había en esa zona de investigaciones miles de aquellas gigantescas y raras naves de cabeza en aguda V.

¡Cómo he lamentado poseer tan pobre instrucción, y cómo hubiera deseado tener la capacidad suficiente para relatar esta maravillosa oportunidad que el destino me brindó! Pero, qué le vamos a hacer, algunas personas me consuelan diciéndome que hay que conformarse, pero para mi desgracia soy un tipo inconforme, que lucha contra las burlas de mi destino.

Bueno, para no seguir lloriqueando, vamos a reanudar este paseo.

En uno de los edificios que estaban bajo el vientre de aquella gigantesca nave salimos a la azotea.

En esta zona no hay árboles, ni espigas o postes, sino que las naves descansan en el macizo de la azotea.

Abordamos el elevador, descendimos a uno de los pisos intermedios.

Como los terrestres trabajaban y vivían en esta zona, mis amigos los habían citado al edificio aquel.

Inmediatamente que los vi reconocí en ellos al producto anacrónico de nuestro mundo de feos.

Y ahora que tenía la oportunidad de comparar a mis amigos con un tipo similar a mí, más grande era el contraste.

Chaparros, deformes, desproporcionados, así eran mis huéspedes.

En fin se trataba de dos hermanos gemelos, hijos de un matrimonio formado por un individuo de nacionalidad francesa y una dama española, nacidos y criados en una posesión francesa al otro lado del Mediterráneo.

No hablan español, pues quedaron huérfanos de madre muy pequeños y solo asimilaron el idioma paterno.

Tienen buena estatura, de acuerdo con las medidas de nuestra raza, y es curioso observarlos junto a los pequeños y pulcros habitantes de aquel fantástico mundo, pues mientras éstos tienen su cuerpo limpio de pelo, llevándolo solo en la cabeza, nuestros coterráneos semejan orangutanes en su presencia.

El cuerpo lo tenían materialmente cubierto de pelo y solo la cara conservaban limpia, gracias a una crema que inventaron, que usan para rasurarse.

El pelo en el resto del cuerpo está adquiriendo un tinte plomizo.

En la cabeza lo usan igual que las gentes entre quienes viven y, aunque son bastante bien parecidos, la desproporción con lo que les rodea es notoria.

Son indisciplinados, pues no visten como el resto de la población, llevando tan solo un calzón corto por toda indumentaria, alegando encontrarse incómodos vistiendo al igual que las demás gentes.

Me aseguraron a través de la interpretación de mis amables cicerones que llevaban más de cinco años viviendo allí, a donde solo habían ido de visita y se vanagloriaban asegurando tener unos pulmones maravillosos que en poco tiempo los adaptaron al denso clima de allí.

Asegura también haber peleado en la guerra pasada y que ahora les parece estúpida nuestra forma de vida.

Les pregunté si habían logrado aprender el idioma de aquel mundo y me contestaron riendo que ni una palabra comprenden, pero que ya habían logrado que todos en el edificio aquel aprendieran el francés.

Nos despedirnos de ellos y regresamos a nuestra esférica nave por el mismo camino.

Yo me había quedado intrigado con la biblioteca y pedí a mis amigos que me llevaran a visitarla; pero ellos, con suma cortesía, me indicaron que lo teníamos que dejar para después, porque ya era tiempo de comer y descansar, así que volvimos al edificio donde habíamos iniciado este al parecer pequeño viaje.

De nuevo me conformé con dar un solo vistazo al interior de la biblioteca, cuando descendíamos.

Esta vez no tomamos ningún medio de transporte de piso, pero en este fantástico modo de vivir lo mismo da meterse en un comedor o en un hotel de un determinado lugar, que hacerlo en otro a miles de kilómetros más allá.

Por lo tanto, caminamos algunas calles hasta encontrar un comedor.

Satisfechos con tan riquísimos alimentos, estuvimos algún tiempo fisgando y admirando pequeñeces que mis amigos, contra la costumbre que observan casi todos ellos, me perdonaban.

Salimos de nuevo a la calle.

El grado de luz natural no decrecía y tampoco aumentaba.

Resulta novedoso eso de ver gente que a todas horas entra y sale a toda clase de lugares.

No se ve algún aparato, ni nadie lo usa, algo que pudiera medir el tiempo; pero esto no tiene importancia.

Si uno tiene hambre entra y come y si tiene sueño entra y duerme.

Si tiene deseos de divertirse, lo hace.

Nadie fiscaliza, según mis amigos.

Con cinco minutos de cada hora que vivan, que los inviertan haciendo algo en beneficio de la colectividad, es suficiente pago para aquel cúmulo de comodidades.

Pues bien, saboreando lentamente el espectáculo que me rodeaba, me dejé llevar de mis amables cicerones que, con interés poco común en nuestro medio, me atendían hasta en los más mínimos detalles por lo que por momentos hacía sentirme insignificante, dándome la impresión que solo me daban cuerda a ver si me engrandecía y me hacía el importante.

Algunas veces, apenado, les pedía que me dijeran si me portaba inadecuadamente a sus costumbres, pero ellos casi siempre me contestaban que estaban felices de andar conmigo y observar mi modo de ser y reaccionar ante todo lo que veía.

Por fin llegamos a un edificio, hotel, o dormitorio, o como le queramos llamar.

Mis amigos me explicaron que había tres tipos: para solteros, para solteras y para matrimonios, y que no se diferenciaban gran cosa entre sí.

Aquí, al igual que en los otros que he visitado, hay dos costados cubiertos de elevadores y dos cubiertos de arcos y paso libre, frontales, en los entresuelos, pero encuentro una diferencia: en los costados donde están situados los elevadores y en un espacio como de dos metros, y a todo lo ancho del edificio, hay tantas hileras de pequeños focos como pisos tenga el edificio y cada foco marca un pasillo, pues allí no se usan cuartos.

Nosotros buscamos donde hubiera tres camas vacías juntas, así que por la hilera sabíamos a qué piso dirigirnos y por el foco a qué pasillo.

Así que la hilera 12, por ejemplo, señalaba que había camas vacías, pues ese número de pisos subimos y, al llegar, quedamos en un pasillo que daba a nuestra derecha e izquierda.

A este pasillo convergían las entradas de otra serie de pasillos, en cuya entrada había también pequeños focos señalando las camas vacías.

Nosotros llegamos hasta el que nos interesaba.

Como había algunos foquitos prendidos y otros intermedios apagados, quería decir que tendríamos que pasar cerca de camas ocupadas para llegar a las nuestras.

Antes de entrar, hay que desnudarse totalmente.

Mis amigos procedieron a hacerlo, indicándome que los imitara.

En las paredes derecha e izquierda hay unas aberturas alargadas.

En el lado derecho procedimos a depositar nuestra ropa, desapareciendo de nuestra vista, y quedamos en cueros, totalmente desnudos.

Mis amigos me señalaron el pasillo.

Pero … ¡Caracoles!, me estaban preparando una broma.

No había caminado diez pasos, cuando sentí que me acribillaron con una especie de lluvia vaporizante, tibia y agradable.

Lo intempestivo del bombardeo me produjo una reacción desagradable, de la que traté de librarme retrocediendo; pero detrás estaban mis amigos esperando este resultado a su diversión, y con fuerza increíble me empujaron, obligándome a seguir adelante, y no bien había pasado este húmedo recibimiento, cuando entré a otro, aún más desagradable.

Ahora sentí como si me succionaran o formaran vacío a mi alrededor, desprendiendo de mi cuerpo hasta la más mínima partícula de mugre que pudiera tener, produciéndome una increíble sensación de limpieza y frescura.

Cuando pasé del todo este par de tragos amargos, no tuve más escape que soltar la risa, como dando a entender que no me había impresionado.

Pero a nadie engañaba, ni siquiera a mí mismo.

En estos pasillos dormitorios se emplea un sistema que me pareció muy práctico.

Ellos tienen un dominio absoluto de la luz y de la oscuridad.

Este sistema ya lo habían usado en los sanitarios, así que no lo desconocía, pero ignoraba que también se usara en los dormitorios.

Por lo tanto voy a tratar de explicarlo: las camas, como las de la nave, son marcos sosteniendo un material grueso y poroso, y están a guisa de repisa, empotradas en una de las paredes; pero en estos dormitorios, cerca de cada cama y al alcance de sus pequeños brazos, hay una ruedecilla que, haciéndola girar a derecha o izquierda, produce luz cegadora así como oscuridad espesa, tan espesa que da la impresión de ser un muro negro e impenetrable.

Cuando estuvimos en nuestras camas, mis amigos me instruyeron en el manejo de aquel pequeño pero efectivo control que, al accionarse, solo cubre de oscuridad el espacio que ocupa la cama, como si descendiera una gruesa y negra cortina que pusiera a aquel lecho fuera de la curiosidad de las demás gentes.

Cuando estuve tendido en mi cama accioné la ruedecilla varias veces, para estar seguro de su efectividad; pero, una vez perdido en aquella pequeña inmensidad, desaparecía todo, y sentía estar en una isla cubierta de espesa negrura.

Me invadió una especie de sopor que me invitaba a abandonar todo pensamiento ajeno a lo que no fuera dormir y descansar.

El despertar fue tranquilo y satisfactorio.

Sentí la mente despejada, estuve algún tiempo cavilando, gozando, saboreando aquella increíble comodidad.

Me sentía lleno de vigor, deseoso de trabajar, de gastar las energías que reposaban dentro de mi cuerpo, haciéndome sentir joven, quizás demasiado joven.

Fue allí donde comprendí por qué a nadie obligan a trabajar, pues es indudable que con esa alimentación y ese reposo llega cualquiera a sentir deseos de trabajar, para gastar la energía que le bulle dentro del organismo.

Cuando iluminé mi cama, descubrí que mis amigos estaban despiertos y entretenidos, usando unos pequeños aparatos que hay entre cama y cama.

Dicho aparato no es mayor que un reloj de bolsillo y pende de la pared unido a un cordón liso y elástico, que lo recoge y sujeta a la pared, cuando no lo usan.

El tal aparato es una diminuta pantalla por una de sus caras y por la otra una especie de micrófono, y tiene en su borde un pequeño botón.

Mis amigos se reportaban y pedían órdenes, y en la diminuta pantalla pude reconocer claramente a uno de los jefes y oír su característica voz.

Mis amigos me dijeron que teníamos bastante tiempo disponible y lo íbamos a aprovechar adecuadamente.

Así que nos dirigimos a la salida, pasando por el ineludible baño y el secado, que lo encontré sumamente agradable.

Al nivel del piso hay una hendidura donde mete uno los pies, sintiendo una sensación de cosquilleo y, cuando los retira, las uñas están recortadas y pulidas.

Lo mismo se pasa a metro y medio de altura, donde la operación se repite con las manos.

Y aquí venía otra broma de mis buenos amigos.

Da la casualidad que yo no me había puesto aquella ropa y por lo tanto desconocía sus características.

Así que, al llegar a las alacenas, nos dirigimos a la que estaba enfrente de la que habíamos usado para depositar nuestra ropa sucia; ellos cogieron cualquiera y procedieron a vestirse, sin dar importancia a lo que a mí me sucedía, que por más que buscaba y rebuscaba no encontraba nada que me sirviera.

Creo que estaba a punto de soltar el llanto y ellos la risa, pues estaba lucido: la camisa más grande apenas cubriría a uno de mis pequeños hijos y los calzones ni se diga.-(Continuara)-Fuentes:Corresponsal:Edgardo Galante-Investigacion-Edicion:ALBERTO ALIEN-(EL CONTENIDO U OPINION DE LA FUENTE NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE FILEALIEN-46)-http://filealien-46.blogspot.com http://laideadedios.blogspot.com