jueves, 29 de octubre de 2009

-TEAS HUMANAS-


-Investigacion-Edicion:M-G-SIMONIN-

-Siempre ha resultado incómodo para los médicos el certificar las muertes causadas por la aparente combustión espontánea de un ser humano (Che). No obstante, la negativa a creer en la existencia de la Che no es resultado de una conspiración deliberada para suprimir la evidencia. Más bien procede del deseo de no pensar en semejante ultraje al conocimiento científico establecido.

Cuando se menciona, la Che suele desecharse como creencia engañosa sostenida por personas mal informadas o como superstición que se arrastra desde épocas menos ilustradas. A título de ejemplo, J. L. Casper, en su Manual de práctica de la medicina forense, se lamenta así: "Es triste pensar que en un trabajo científico serio, en este año de gracia de 1861, se discuta todavía la fábula de la combustión espontánea. Y la opinión actual es igualmente intransigente. El doctor Gavin Thurston, juez de instrucción forense de Londres, afirma que el, fenómeno llamado combustión espontánea no existe ni ha existido nunca.

Pero los médicos y científicos que han examinado de cerca los efectos reconocen que hay casos de muerte por Combustión que son legítimamente inexplicables. Ya que la Che no existe oficialmente, hay que hablar de "combustibilidad preternatural".

El siguiente paso consistió en identificar las causas de este tipo de combustibilidad y descubrir el modo en que se produjo la ignición en cada caso. Esta es la razón por la cual, a mediados del siglo XIX, se creía que la víctima típica de Che era, casi con toda certeza, fumador y bebedor. Circulaban horribles historias acerca del castigo divino para la embriaguez.

Justus von Liebig, escéptico en relación a la Che, demostró concluyentemente que la carne saturada de alcohol únicamente ardería mientras el alcohol no se hubiera consumido; y lo mismo sucedería con el tejido adiposo, si es que se conseguía prenderle fuego.

En 1965, el doctor John Gee, médico interno del departamento de medicina forense de la universidad de Leeds, describió sus experimentos a partir de un cadáver calcinado. El doctor Gee consiguió prender fuego a pequeñas cantidades de tejido adiposo, pero la combustión -o más bien el chamuscamiento- sólo se sostenía si se colocaba la muestra en una fuerte corriente de aire. Desde entonces, los investigadores han recurrido sistemáticamente como explicación a la manida corriente de aire que alimentaría la combustión.

La prontitud con que los jueces de instrucción forenses han adoptado estas sugerencias parece indicar un fuerte deseo de cerrar el expediente con la mayor celeridad posible; de ahí que muchos veredictos sean muy poco satisfactorios.

Recordemos el caso de Grace Pett, una pescatera de Ipswich (Gran Bretaña), que fue hallada la mañana del 10 de abril de 1744, tendida en el suelo, cerca del hogar y ardiendo como un pedazo de madera... con un fuego muy intenso, pero sin llama. Según relata sir David Brewster en su libro Magia Natural (1842), el hogar no funcionaba, y una vela, que se había encendido aquella tarde trágica, ardió hasta consumirse en su candelero durante toda la noche, sin ninguna posibilidad de prender fuego a nada. Y además: A uno de los lados del cadáver había un montón de ropa de niño y al otro una pantalla de papel que no sufrieron daño alguno; y el suelo de madera debajo del cuerpo no estaba calcinado ni descolorido.

¿Podemos, en el siglo XXI, ofrecer una explicación alternativa a la "combustibilidad preternatural" para los casos de Che? Hoy en día conocemos muchas formas de muerte que pueden apoderarse de manera silenciosa e invisible del cuerpo de un ser humano. Las investigaciones militares en el área de las "armas de radiación" han añadido a las radiaciones nucleares los rayos ultrasónicos, los lásers de rayos X, los proyectores de microondas y otros horrores similares, capaces de "cocer" a una persona dentro de su ropa. Pero el espíritu de Liebig nos exhorta a ser rigurosos: incluso si admitimos la hipótesis de un loco recientemente fugado del manicomio que posee el don de la ubicuidad y que hace estragos con un rayo de la muerte en lugares del mundo muy alejados entre sí, todavía nos quedan por explicar los casos del pasado.

En realidad hay un a gran cantidad de teorías que pretenden sustituir a la de la Che aunque no todas son igualmente atractivas. La teoría del "suicidio psíquico" y la hipótesis de que, al arder las ropas por cualquier causa, el fuego se propaga a sus portadores, son dos de las explicaciones más verosímiles.

Igualmente insatisfactoria es la teoría del "líquido corrosivo". No obstante, esto fue lo que se sugirió para explicar la muerte de Magde Knight, que murió en 1943 a consecuencia de graves quemaduras en la espalda: mientras dormía, sintió que se estaba quemando, pero las sábanas no presentaban rastros de fuego, ni olía a quemado en la habitación. Un especialista expuso al juez de instrucción forense que la única explicación posible era la acción de un liquido corrosivo, y ésta fue la solución que se dio al caso.

Probablemente, la pista más provechosa para esclarecer la naturaleza del fenómeno fue la que, en 1965, proporcionó Livingstone Gearhart. Livingstone descubrió que un significativo número de casos de Che tuvieron lugar en o cerca del ápice de una corriente geomagnética. La fuerza del campo magnético terrestre sube y baja bastante repentinamente y en relación con la actividad solar. Los astrónomos y los geofísicos han publicado los promedios globales de los gráficos diarios, y éstos muestran una correlación muy clara entre la incidencia de la Che y las elevadas lecturas geomagnéticas. Esto parece indicar que la Che puede ser el resultado de una compleja cadena de acontecimientos en la que se produce una interacción entre ciertas condiciones astronómicas y el estado de un cuerpo individual. Estas serían las precondiciones de la teoría de las "bolas de fuego".

Esta teoría ha sido propuesta en diversas ocasiones. Una de ellas es el caso expuesto por el reverendo Winogene Savage en 1961: el hermano de un amigo del reverendo despertó sobresaltadamente una mañana al oír los gritos de su mujer. Se dirigió al salón a todo correr y la encontró tendida en el suelo, envuelta en llamas y con una extraña bola de fuego suspendida sobre ella. Logró apagar las llamas con agua, pero la mujer falleció horas después. Los testigos advirtieron que, aunque las ropas de la mujer se habían quemado, la alfombrilla que estaba debajo de ella no había ardido y no había ningún rastro de fuego en la habitación.

Algunos físicos sugieren que las inmensas energías condensadas en la bola de fuego pueden, en determinadas circunstancias, ser producidas por ondas cortas de radio, del tipo de las utilizadas en los hornos de microondas.

Como la bola de fuego, notoriamente caprichosa, constituye un fenómeno natural, esta teoría es la que mejor puede explicarlos casos de Che, antiguos o modernos. Por otra parte, la diatermia de microondas puede calentar distintos materiales a distintas temperaturas, y esto explicaría el curioso fenómeno de la combustión selectiva, que tantas veces aparece en los casos de Che.

Pero ninguna de las teorías citadas puede explicar por sí misma las extrañas variedades de combustión que se han registrado. El hecho de que el fenómeno de la Che sea infrecuente (aunque no tanto como afirman algunos) sugiere también que hace falta que concurran una serie de circunstancias especiales para que se produzca. En conjunto, podemos ofrecer la siguiente síntesis provisional.

La edad y el sexo parecen ser menos importantes que el estado psíquico y fisiológico de la víctima. Imaginemos una víctima-tipo: una persona solitaria, sedentaria, incapacitada por la enfermedad o por lesiones; psicológicamente incapacitada por desesperación, miedo, depresión nerviosa o resentimiento. Esta incapacidad puede afectar psicosomáticamente al organismo y a su equilibrio metabólico, provocando un desequilibrio de fosfágenos y un comportamiento irregular de los mecanismos de regulación de la temperatura del cuerpo. Lo normal es que este estado desaparezca sin que se haya notado nada raro. Pero imaginemos que ocurre después de unos cuantos días de intensa actividad de las manchas solares, y con una incidencia anormal del campo magnético. En esas circunstancias, bastaría con un percutor: un rayo cósmico, un estallido natural de energía de baja frecuencia o una bola de fuego. Y entonces se produciría una combustión humana.

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